En el pasado hubo un cangrejo que quería ser violinista.

La comunidad le recordaba su limitación desde la palabrería del conflicto como percepción.

El cangrejo se alejó del discurso general y colocó sus cimientos en otra realidad.

El silencio le ayudó para las melodías que imaginaba tocar y comenzó a comunicarse con la secuencia musical de los gestos y las ondas que consiguió visualizar.

Con el tiempo cambió los arcos de su caparazón para mejorar la versión íntima de su interpretación.

El vecindario le identificó como egoísta, sin empatía por los demás.

El violinista se alejó de la inestabilidad de la superficie para profundizar en su naturaleza original.

«Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí» Confucio.