Supermercado del Tiempo
Apenas había recorrido parte del establecimiento, cuando se decidió por un souvenir como recuerdo del lugar, dado que no le interesaba comprar tiempo, en formatos de variedad.
Al vendedor le sorprendió la elección y cerró la caja registradora, con la excusa de una pausa para descansar. Ella lo miró con detenimiento, físicamente impecable, ningún aspecto de su geometría corporal causaba desproporción, rasgos finos y elegantes. Amplios ojos y sin embargo, aquella perfección carecía de personalidad.
Ambos llegaron a la barandilla que continuaba hacia la salida del lugar. El le enseñó su pulsera. Un reloj cuadrangular, que adoptaba formas geométricas sobre un espacio plano de cuatro dimensiones. Triángulos, círculos y demás, se sucedían, como fragmentos de temporalidad, aplicados a algún planeta particular, para dirigir la mentalidad poblacional, con pensamientos de contracción-expansión, según el sentido que quisiera recrear, aquél cajero sin individualidad. Figuras cónicas, elipses, circunferencias, parábolas e hipérbolas, generaban formas de opinión, sobre las que teorizar.
Cuando la secuencia terminó, él preguntó si podía ver el arete, cerrado a miradas ajenas, que ella portaba en la mano izquierda. Contestó que no, en coherencia con el sentir interior. El insistió y ella se volvió a negar. El trató de seducirla. Entonces la fuerza del no, adquirió un poder superior. Ella se marchó, con la convicción de contar con la identidad necesaria, como para poseer la responsabilidad, de un destino propio.