Higos y Brevas
Descansaba junto a Rubén bajo una frondosa higuera, a la vera de un sendero natural.
Absorta en la naturaleza estaba, cuando sentí presencias silvestres que se aproximaban por la espalda. Al girar la vista tropecé con dos perros rottweiler que se acercaban erguidos, con las orejas gachas, sin rastro de compañía humana. La sensación de frío polar se precipitó por mi cuerpo. Pensé que aquella mañana soleada, podría terminar como una breva gris, en tonos cenizos y apagada. Miré a mi compañero de aventuras varias para calmar el miedo; me indicó que realizara respiraciones profundas sentada, donde me encontraba. Los perros llegaron a nuestra altura olfateando el aire. Adoptaron una postura de espera y mientras yo hiperventilaba; Rubén se tranquilizaba.
Entonces escuché el reclamo de una voz que con insistencia los llamaba con muestras de preocupación por la situación desarrollada. Los canes de imponentes mandíbulas se mostraron obedientes; la alerta desaparecía y el calor regresaba.
Abandonamos aquél árbol quijotesco, con el coraje de un higo y las agallas de una breva.
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