HisToria InTegraL
En la antigüedad, las casas de adobe se agrupaban en aldeas marrones.
Las personas salían cada día a cazar, las presas físicas y emocionales del lugar. Se vendía la niñez, entre el bullicio de los soldados, las cantinas y los carros tirados por burros, bueyes y algún caballo.
Los prósperos se sentaban entre sus vigilantes de seguridad, dispuestos a intercambiar por monedas, los bienes que tuvieran a bien recibir y comprar. En ese contexto, alguien consciente de su conexión natural, llegó al zoco para mercadear, debido a la enfermedad que aquejada al menor de su familia particular. Allí transmitió datos relevantes a un hombre pujante y recibió la bolsa de monedas del interlocutor, a la sombra de un árbol exuberante.
Con el tiempo marchó del lugar, para seguir fusionando la realidad física y sensible, bajo el anonimato de un caminante errante, que también otorgaba información inexacta a voluntad, porque el descrédito protegía la vida de aquél visionario, que ofrecía paz entre la hostilidad.
El mercader halló en los mensajes de consuelo, un servicio para reparar las prácticas impulsivas de la comunidad. El intercambio ofreció tales beneficios, que se atribuyó a un mal sobrenatural, la falta de control emocional. El transeúnte anónimo le comentó, que la tutela tiene una función a considerar en el progreso colectivo, porque la realidad dirigida, con palabras y teorías, asiste y apoya a las mentes tormentosas, hacia actitudes menos obsesivas.
-«El alma que tiene que volar, no ha de parar»- viajero andante.